30 de agosto de 2013

LA LLAMARADA DEL DESEO

Peran Erminy
Crítico de Arte,
miembro de la AICA,Capítulo Venezuela


En las esculturas de Rossel (Elizabeth Navarrete) se advierte sin dificultad la continuidad unitaria y coherente de un lenguaje escultórico maduro, desarrollado de un modo sistemático, con un notable dominio de diversos materiales y técnicas. 

Su estilo, bastante clásico y sobrio, y poco dado a experimentalismos que lo desvíen de la línea de su continuidad formal, está basado en las combinaciones muy sintéticas, a veces casi minimalistas, de formas abstractas (no figurativas ni representativas) de carácter orgánico, es decir, bioformas, o biomórficas, que suelen conformar un solo bloque volumétrico, o un bloque que se bifurca o se desdobla, articulado y ordenado de un modo fluido y armónico, como si toda la obra siguiera el impulso de un movimiento ascendente en espiral.

Ese volumen abstracto y concreto (salvo excepción de figuras muy estilizadas y nada realistas) es veladamente simbólico, o de sustrato simbólico, en virtud de la posible asociación analógica de sus formas con las de las llamas de una hoguera (sobre todo con los antecedentes arcaicos de representación de rituales ancestrales) con sus significaciones metafóricas afines.

Se diría que Rossel quisiera en sus obras, como Charles Cros con sus poemas, crear la escultura perpetua, y al mismo tiempo perfecta, capaz de expresar el fuego, el amor, la primera, el verano, la euforia; que sienta todo y que nada la detenga. Que sea, sobre todo, la encarnación del deseo. Para eso, Rossel ha tratado de arrancar a la escultura su secreto.

En el contenido discursivo de sus obras Rossel mantiene a distancia las tentaciones persuasivas infernales y celestiales, así como las apocalípticas y las conformistas e integradas, para no dejar más que el impulso formal del volumen, con la dinámica de la espiral ascendente, sentida como la impetuosa emergencia fulgurante del deseo. Lo que la artista parece aspirar con su obra es el efecto de esa llamarada detenida en el tiempo. Es lo opuesto a la tiniebla de la nada el vacío.


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